No recuerda cuándo comenzó a fumar, quizás fue a los 12 ó 13 años.
En esa época era normal que los jóvenes se juntaran a compartir un
cigarrillo en algún lugar escondido, donde sus padres no los
descubrieran. De lo contrario, el castigo sería inminente.
Hoy, Isabel tiene 53 años y luce como una mujer de
más de setenta. En las cuatro décadas que han pasado desde su primera
experiencia con el tabaco, no pudo ni quiso dejar de fumar, pues era
una costumbre que se transformó en un placentero hábito que hoy le
permite relajarse en épocas de estrés, calmar el frío en invierno o
simplemente acompañar el café de la mañana.
“De algo habrá que morirse”, decía cada vez que le
llamaban la atención por su tabaquismo. “Mientras me conserve regia, no
hay problema”, remataba sin siquiera imaginar lo que cada cigarrillo
le estaba provocando en la piel.
Si miráramos de cerca la cara de nuestra
protagonista, podríamos notar varias alteraciones que se han ido
acentuando con el paso del tiempo y el hábito de fumar. Cada una de
estas transformaciones se genera a través de los componentes tóxicos
que conforman los cigarrillos: la nicotina y el humo del tabaco son
algunos de ellos.
Expertos en dermatología afirman que el humo del tabaco genera gran cantidad de
elementos químicos que dañan las membranas de las células. Estos
elementos – los radicales libres – alteran la información genética de
estas celdas provocando una alteración en los vasos sanguíneos de la
piel, lo que en definitiva afecta la nutrición de ésta y la aparición
del cáncer de labio, lengua, entre otros.
¡Si entendiera que lo que consume no es nada más que
nicotina y hasta alquitrán!, dice suspirando la hija mayor de Isabel,
como esperando que alguna vez su mamá diera por terminada su relación
con el tabaco. Y claro, estos componentes son los más conocidos de los
cuatro mil productos químicos que posee un cigarrillo, entre los cuales
podemos nombrar la acetona, arsénico, butano, metanol y níquel. Todos,
con un grado de peligro para nuestro organismo.
De la larga lista de ingredientes, dermatólogos mencionan que la
nicotina está dentro de los componentes más dañinos, “provoca
vasoconstricción y una disminución de la circulación periférica, lo que
conlleva a una alteración de la cicatrización de la piel”.
Luego le seguiría el monóxido de carbono que
contiene el humo que Isabel aspira y luego exhala en cada bocanada, “al
ser 200 veces más afín por la hemoglobina que el oxígeno, se une a ella
desplazando al O2, restringiendo la capacidad de transporte de éste
por la sangre y la cantidad que llega a los tejidos periféricos”.
Perdiendo la juventud
Ya era extraño el hecho de que Isabel utilizara más cremas de las
que debiera. Hidratantes, humectantes, antiarrugas y cuánto producto
nuevo sale diariamente en el mercado es adquirido por la mujer para
verse sana y jovial. Cómo olvidar además las visitas permanentes a la
peluquería, después de todo, ha visto cómo su pelo pierde fuerza,
quebrándose en sus puntas y tomando un tono opaco y diferente, “nada
que la tintura no pueda arreglar”, dice tozudamente.
A estas alteraciones, hay que sumarle el deterioro
de los rayos ultravioleta, que tanto en invierno como en verano causan
las ya conocidas consecuencias en nuestra piel. Para los dermatólogos, los
daños afectan a todos, pero es en las mujeres donde las variaciones
son más evidentes, puesto que la dermis femenina es más delicada y la
sobre exposición es mucho más frecuente.
Los mayores cambios estéticos que produce el tabaco son la aparición de
arrugas prematuras, deshidratación de la piel, resequedad del cabello,
estrías, manchas amarillentas en dedos y dientes, olor corporal a
tabaco y la aparición de cáncer de labio y lengua.
Agregan los expertos que otras enfermedades de la piel también son asociadas con el
hábito de fumar, señalando la psoriasis, el acné y la calvicie como
algunas de ellas.
Artículo de Carla González C.
Con información de puntovital.cl
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